No somos conscientes de la realidad porque vivimos una película mental con un argumento muy polarizado por las memorias celulares. Creemos que hay personas muy malas que nos quieren hacer mucho daño, y ante los cuales necesitamos defendernos para que no nos destruyan. Creemos que mostrar o admitir cualquier tipo de vulnerabilidad, ceder en un argumento, incluso empatizar con el que tenemos enfrente puede llevarnos a la muerte. Por eso gritamos al conductor que se nos cruza; por eso las reuniones de la finca de vecinos se convierten en larguísimas contiendas; por eso no admitimos que alguien se nos cuele en la cola del supermercado… Vivimos como si estuviésemos en una guerra… Pero esto es sólo la película de nuestras memorias celulares. En un artículo anterior, explicaba cómo las memorias que albergamos en nuestras células piden ser resueltas a través de nuestras proyecciones. Estas proyecciones conforman la película que vivimos. El propósito de interactuar con la película es para tener experiencias que nos permitan integrar, por fin, la polaridad proyectada. Pero por regla general sólo damos bandazos, de un extremo al otro de esa polaridad. Por ejemplo, imagina que tienes una memoria que tiene que ver con la esclavitud. Cuando proyectes esta memoria, vivirás situaciones en la que algunas veces serás la víctima y en otras serás quien se impone. Pero esto no es una venganza cósmica o el karma, sino oportunidades para integrar de la experiencia, y así dar una respuesta diferente a la que siempre has dado. En Europa, así como en gran parte del mundo, el siglo XX estuvo plagado de conflictos bélicos. Nuestros padres, abuelos o bisabuelos vivieron todo tipo de horrores y peligros reales. Ya han pasado, en la mayoría de los casos, más de 60 años desde la última guerra, pero instintivamente funcionamos como si aún estuviésemos inmersos. El estrés, la ansiedad, las conductas y emociones alteradas, los sobresaltos, la sensación de inseguridad, el miedo…, son emociones guardadas en nuestras memorias celulares que piden una y otra vez ser atendidas, comprendidas, integradas… Pero lejos de ello, damos crédito a aquello que sentimos como si estuviera pasando hoy, y creemos real la amenaza, sin darnos cuenta de que esa percepción es algo que nosotros mismos hemos generado y proyectado sobre otros… Vivimos una realidad virtual. Criticamos a los jóvenes que se enganchan a juegos de ordenador por no distinguir entre realidad y fantasía…, sin saber que nosotros mismos vivimos una ilusión. La película Matrix ilustró muy bien este hecho. Cuando atendemos a la emoción que se despierta desde nuestras memorias celulares y la comprendemos, la situación amenazante o conflictiva que creamos para proyectarla desaparece instantáneamente. Ojalá más personas aceptasen realizar el trabajo de responsabilizarse de sus proyecciones, de su sombra… Pero aún es muy difícil para la mayoría ver que nada de lo que sucede no tiene que ver con ella. ¿Pero, por qué? Por el tremendo dolor y la angustia que duerme en nuestras memorias celulares… Una historia tan real como cualquier otra Mi madre nació en Polonia en 1930. Cuando ella tenía casi 9 años, su familia completa, excepto su padre que había sido fusilado antes, fue deportada a Siberia. Así, de repente, una noche a las 3 de la madrugada, lo perdieron todo. Los soldados rusos metieron a su madre, hermanos y tíos en un tren que durante semanas viajó hacia la estepa siberiana, donde fueron depositados, sin nada, y dejados a su suerte. Los más mayores consiguieron trabajo en un gulag, recogiendo algodón, a cambio de un tazón diario de agua caliente, que en algo se asemejaba a una sopa, y un mendrugo seco. Los pequeños, como mi madre, habrían de buscarse la vida, recolectando bayas o robando comida. Su hermano de 7 años se quedó con una señora que le daba de comer. Los inviernos fueron muy duros, con 50ºC bajo cero, y los pasaron apelotonados en chabolas que quedaban casi cubiertas de nieve. Pero los veranos no eran mejores, llegando a unos sofocantes 50ºC. Pasaron miedo, hambre, desesperación, frío, calor, enfermedades, dolor… En condiciones inhumanas. El hermano de mi madre murió por desnutrición cuando ambos fueron abandonados en un orfanato… Su madre no fue capaz de cuidar a los tres, se quedó con la mayor. A mi madre casi le envían a la India, pensando que no tenía familia… Éste no fue su primer abandono… Cuando nació, su madre no quiso verla durante una semana. Estaba decepcionada porque no era un niño… Así es como antes llamaban a la depresión postparto. El segundo abandono fue cuando se llevaron a su padre arrestado… Luego lo matarían en Katin, lo más seguro, ya que era militar de profesión. El tercero, cuando empezaron a bombardear su ciudad… Ella había ido a por pan, con 8 años, sola, cuando empezaron a sonar los aviones y las sirenas. Echó a correr. Había gente que intentó meterla a resguardo, pero ella no se dejaba, corría y corría determinada en llegar a casa. Una vez allí, se refugiaron todos en el sótano, en el cuarto de las lavadoras (sí, era una sociedad muy moderna). Durante un tiempo sólo se escucharon las bombas caer y el sonido de edificios enteros viniéndose abajo. Mi madre rezaba para que su casa quedara intacta. A pesar del susto, la suya fue la única de toda la manzana que quedó en pie. A pesar de la dureza, de las pérdidas y de los suplicios, el periplo de mi madre y su familia termina en Palestina, donde fueron acogidos por los ingleses, en un campamento militar, y cinco años más tarde..., llegaron a Inglaterra, donde ella conoció a mi padre, que pasaba las vacaciones con sus padres (mi abuelo paterno estuvo destinado como diplomático en el país anglosajón). Dos años después se casarían y otros ocho más tarde nací yo, la primogénita. Otros tiempos no fueron mejores Hoy en día estamos bombardeados por noticias catastrofistas, sometidos por un sistema capitalista que da sus últimos estertores, y sufrimos la angustia de nuestro ajetreo mental descontrolado. Hay personas que pasan hambre hasta la anorexia, y deportistas aficionados que sufren dolor hasta la extenuación, lesionándose, o padeciendo a veces por condiciones climáticas extremas, sufriendo golpes de calor o hipotermias. Hemos atravesado casi una década de crisis económica mundial en la que muchos han perdido todo lo que tenían y se han visto forzados a emigrar a otros países. No estamos en guerra, sin embargo, creamos o atraemos situaciones en las que se viven las mismas emociones. Pero vivimos tiempo realmente benignos y moderados. Nunca antes la humanidad había sido tan humana. Nunca antes tantas personas habían sentido tanto por otras personas, por los animales o por el planeta entero. Antes no había información, pero sucedían muchas cosas horribles. Lo bueno es que no nos enterábamos. Ahora nos enteramos de mucho más y estamos mucho más sensibilizados. Así pues, cuando sentimos la angustia, el dolor, el miedo, el horror, la rabia, la impotencia..., no es por culpa de los demás, sino el reflejo del contenido de las memorias celulares, heredadas de nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Memorias de acontecimientos que ellos no pudieron asimilar y que piden ser reconocidas e integradas. La desesperación que se escondía debajo de la rabia Yo llevo en mi cuerpo la historia de mi madre y de mi abuela. Mi madre la de las suyas. Y así sucesivamente, como nos pasa a todos. Estas historias seguramente lleven siglos repitiéndose, pero tuvieron un punto de máxima polaridad durante la primera mitad del siglo XX con las guerras. Historias que prácticamente todos tenemos en nuestras memorias. Cada uno con su particularidad. Unos sufriendo más las pérdidas, otros por abusos, otros por traición... El otro día, hablando casualmente con mi madre, ella me manifestó su preocupación por que la izquierda política quisiera instaurar un modelo comunista en España, no sin cierta rabia. Le indagué entonces, “¿por qué eso es tan malo para ti?”… Le llevé a sentir la rabia en el cuerpo. La intención era descubrir qué había debajo de esa emoción, del odio, del rechazo y de las proyecciones de soberbia y prepotencia. Fue un instante, un segundo, pero fue suficiente. Conectó fugazmente con el dolor que había debajo de la rabia, en el recuerdo… “Pasamos mucha hambre, mucho frío, mucho calor…, lo pasamos muy mal con el régimen estalinista...; ¡no le deseo a nadie que sufra lo que sufrimos!” ¡Por fin expresado en palabras! Debajo de la rabia había una profunda desesperación. Una emoción tan difícil de sostener, tan traumática, por causas tan incomprensibles y vivencias tan duras, que la psique [del Ego inmaduro] opta por protegerse, polarizándose en el lado contrario, la prepotencia y la soberbia…, lo que ofrece la ilusión de tener control sobre la vida.
Tomando consciencia e integrando la polaridad Y así está la Humanidad, polarizada entre la prepotencia y la desesperación, entre el agresor y la víctima, jugando un juego de dominadores y dominados. Un juego que esconde un dolor real sucedido hace mucho tiempo, generaciones atrás, y que ahora revivimos cada día a través de nuestras memorias celulares y nuestras proyecciones, generando unas emociones muy intensas ante situaciones que en verdad no son tan graves. La solución a nuestro malestar no es comprar un coche más seguro, una casa más grande, o tener un seguro de vida mejor. La solución no pasa por aislarse, ni por criticar u odiar a ciertos colectivos de seres Humanos, sino por observar esas emociones en ti, reconocer que su intensidad no corresponde a esta época, comprender el juego de la polaridad y sentir ambos extremos. Sanarte a ti es sanar al mundo que te rodea, porque cuando te sanas dejas de percibir aquello malo que proyectabas… Y la vida, al fin y al cabo, está compuesta por nuestras percepciones de un destino no asumido que nace de la fragmentación de tu propia alma. Date cuenta de tus juicios sobre otros. Observa qué emoción sientes y en qué parte del cuerpo. ¿Por qué odias, o sientes rabia o despecho, rechazo, malestar…? Pregúntate, ¿por qué es malo para ti o qué es lo peor que puede pasar? La respuesta te ha de llevar a un sentimiento de vulnerabilidad. Cuando lo tengas, observa la polaridad resultante: por un lado, un sentimiento relacionado con la rabia, por otro, uno que tiene que ver con la vulnerabilidad. Para integrar la polaridad, observa, siente, comprende, de qué manera ambos lados juntos ofrecen un talento. En el caso de mi madre, el poder (prepotencia) de la esperanza (desesperanza), de saber que en el futuro hay un mundo mejor. Es un optimismo que le caracteriza, y que yo he heredado. De hecho, es gracias a esta influencia que puedo ver los talentos de la gente y el lado positivo de cualquier situación. Así que, se puede decir que, de todo aquel dolor, el suyo, el de mi abuela, y el que yo he vivido a través de las memorias celulares heredadas de ellas, nació la visión del futuro en un Mundo en Red en el que todos lograremos Vivir desde el Ser, “empoderar a nuestro niño interior para dar sus talentos al mundo”. En estos días en los que astrológicamente el signo de Leo está potenciado con eclipses, junto a otros aspectos, como Lilith-Saturno en aspecto a Urano y a Sol-Marte, o Plutón en Capricornio en cuadratura a Júpiter en Libra, que nos invitan a abrir y soltar esas memorias a través de las experiencias con aquellos que sirven de receptores de nuestras proyecciones, tenemos la oportunidad de integrar nuestro poder personal para empezar a Vivir desde el Ser (la vibración más elevada de Leo). Si lo logramos, podemos empoderarnos realmente como individuos. Guiomar Ramírez-Montesinos Psicóloga, astróloga y terapeuta psíquico
0 Comentarios
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
Mis librosCualquier reproducción parcial o completa de este artículo ha de incluir autoría
La AutoraCategorías
Todo
|