Vivir desde el Ser es estar conectado con tu centro y ser el observador de las experiencias de tu vida, lo cual facilita la integración de éstas y, por tanto, tu crecimiento y desarrollo personal. El narcisismo es la identificación con el Ego, con la imagen que los demás tienen de ti. Una imagen que nada tiene que ver con quien realmente eres. La relación entre un narcisista y un émpata no es la de víctima y victimario, sino un contrato de crecimiento que, cuando es comprendido, permite al émpata dar un salto de consciencia. Primero quiero aclarar un concepto, y es que el Ego no es algo malo, sino una parte inmadura nuestra que hemos de desarrollar para pasar de ser almas jóvenes o bebés, siempre demandantes, a almas más maduras, cuyo foco principal es aportar desde sus talentos para la mejora del mundo. En algunos foros de desarrollo personal y espiritual se habla mucho de la relación entre narcisistas y émpatas, y cómo estos sufren por el egocentrismo de aquellos. Si bien dar nombre a este tipo de vínculo nos puede ayudar a hacernos conscientes de un aspecto de nuestras relaciones, limitarlo a un punto de vista de narcisista=malo y émpata=bueno, no sirve a un crecimiento real, a un salto de consciencia, que es, al fin y al cabo, el propósito real del dolor en estos encuentros. Lo que duele, cuando sufrimos por relaciones, es el Ego. El narcisismo es una identificación total con el Ego. El émpata siente a los demás y se pone en lugar del otro, con lo que su sentido de ser es más amplio, y le es más fácil no identificarse rígidamente con su Ego. Además, por su empatía, también le resulta más natural dar de sí para mejorar el mundo que le rodea. Aunque depende de la madurez de su Ego si ese “dar” es desde sus talentos reales, o sólo está motivado por sus Miedo del Ego (rechazo, abandono o descontrol). Si ese “dar” del émpata no es desde su centro, desde su coherencia, y entra en una relación con un narcisista (es decir, alguien más identificado con su Ego que él), se producirá un desequilibrio energético, de tal manera que el émpata estará siempre pendiente del narcisista, debido precisamente a la resonancia que tienen en común: uno necesita dar (el émpata) y el otro necesita recibir (el narcisista). Y ambos lo hacen por sus Miedos del Ego. Uno para ser aceptado, querido o tenido en cuenta, y el otro para eludir el vacío que le provocaría sentir que no le miran. Para el narcisista, es como si la mirada del otro es lo que confirma su existencia. Por eso es como una especie de pozo sin fondo para la atención, y si no la recibe como espera, entra en crisis y es frecuente que arranque en cólera. El narcisista termina controlando a las personas que le rodean y sus opiniones, con el fin de garantizarse la consideración que le hará sentirse seguro. Suele hablar de sí mismo y de sus virtudes o, si comete errores, busca aprobación en la opinión del otro. En una relación, se retrata a sí mismo como alguien quien da generosamente, hablando sin pudor del amor que ofrece. Y si alguien no le valora o no le da lo que espera, su enfado puede ser mayúsculo y su actitud de rechazo exagerada, para lograr otra vez la atención que tanto necesita (haciendo al otro sentirse culpable). Son vampiros energéticos. Su sensibilidad a la crítica o a la burla es exagerada, porque de ambas formas se pone en tela de juicio su identificación con el Ego, o lo que es lo mismo, con su falso Ser. Y si se tambalea esa imagen, la sensación que tiene es que se viene abajo su verdadera existencia. El narcisista tiene pánico a la transformación porque tiene miedo atroz a la muerte, ya que, al no estar conectado con su Ser, no tiene un sentido real de su trascendencia. Si le tocan, aún levemente, la imagen que ofrece al mundo y con la que se identifica en exceso, siente un gran vacío que le da pavor. Por eso es frecuente que se identifique con estilos y modas, y que varíe poco a lo largo de los años, que se defina en función de la pertenencia a un grupo social, que acuda a los mismos sitios y siga las mismas tradiciones, y que base su definición de quién es según sus posesiones o el prestigio social alcanzado. El narcisista, un alma joven El narcisista puede decir que es muy sensible, pero sólo lo es a sí mismo y las ofensas o contrariedades que puede recibir de los demás. En realidad, no crea una conexión empática con los demás, por muy emocional que se muestre, sino que siente pena por sí mismo. Muestra a veces un sentimentalismo o emociones exagerados, pero es sólo una manera de llamar la atención sobre sí mismo, sobre cuánto sufre y cuán sensible es. El narcisismo refleja un estado más joven del alma y del Ego con el que está conectada. Vemos ejemplos todos los días, como las personas que dicen sufrir por los niños que pasan hambre en el mundo, pero no toman acción para contribuir con su grano de arena, o luego no tienen la misma compasión por otros colectivos. O en aquellas relaciones de pareja basadas en dramas que a ratos se profesan amor y otros se repudian, sin llegar siquiera a conocerse. O en aquellas personas que siempre están enfermas y logran así manipular a los que le rodean. Un ejemplo de narcisista es Donald Trump. Al ser el presidente de E.E.U.U., su puesto implica que podemos contemplar su relación con todo el país. En decir, los ciudadanos norteamericanos afectados por él y sus políticas serían en este caso los émpatas. Trump está brindando a la población de su país la oportunidad de dar un importante salto de consciencia. En realidad, ser narcisista no es algo inherentemente malo. Si pensáramos que así lo fuera, estaríamos rechazando seguramente a una buena parte de las personas que hay en este planeta. En mi opinión, tiene sentido hablar del narcisismo siempre en relación al émpata, como dos lados de un polo, y considerando la diferencia en su desarrollo personal. Un émpata es una persona más abierta y sensible a los demás que el narcisista con el que se relaciona, porque es un alma más madura. Pero a su vez, un émpata puede ser como un narcisista a alguien aún más abierto y maduro como alma. En una relación entre un narcisista y un émpata, el problema realmente lo tiene éste. El émpata se planeta si el que lo hace mal es él o es el otro, mientras que el narcisista tiene claro que el que tiene que hacer las cosas mejor es el otro porque él no tiene la culpa. Esto ya indica un grado diferente de consciencia. Cuando un émpata encuentra un narcisista Al principio del encuentro entre un émpata y un narcisista, como ya mencioné, hay una resonancia entre ambos: uno quiere dar y el otro quiere recibir. El desequilibrio en la relación llevará al émpata a entregar toda su energía al narcisista. Pero cuando el émpata plantee un intercambio más equitativo, el narcisista se enfadará, ya que no soporta que le digan sus errores, no ser perfecto, que le digan que han hecho cosas mal y, en definitiva, mostrar su vulnerabilidad. No soporta ver sus imperfecciones, y por eso las proyecta sobre el otro. De ninguna manera se hace responsable de sí mismo, y por eso proyecta la culpa fuera. Proyectar la culpa fuera es la base de la consciencia dualista o de separación. Una señal de madurez es empezar a introyectar la culpa y hacerse responsable de la propia vida. Esta actitud lleva poco a poco la integración de las polaridades y, por tanto, a la manifestación de los talentos resultantes. Para el narcisista, su mundo se compone de buenos y malos, y por supuesto, él es de los buenos. Mientras que, para el émpata, las polaridades ya no son tan extremas, se da cuenta de que es responsable de sí mismo y de mejorar el mundo que le rodea, y de que todos hacemos las cosas lo mejor que podemos y cometemos errores. Se puede ver el narcisismo y la empatía como una cuestión de grado sobre un mismo continuo: desde una consciencia de separación extrema, hasta una consciencia con un Ego más maduro, que integra las polaridades, y cuya experiencia de vida no está tan polarizada. Para un émpata, la realidad no es cuestión de blanco o negro, sino algo tirando a gris. Mientras que un narcisista tiene vivencias más dramáticas.
El alma sobre el plano físico puede tener una de cinco edades. Está el alma recién nacida, el bebé, el joven, el alma madura y el alma vieja. Cada edad del alma implica una mayor apertura de percepción y, por tanto, una mayor empatía. Un alma joven puede tener una relación con un alma bebé, y sufrir una relación narcisista, y a su vez, un alma madura puede tener una relación con un alma joven y sufrir la misma dinámica. La dinámica entre un narcisista y un émpata se produce cuando el émpata está a punto de consolidar un aprendizaje a un nivel de alma y dar un salto al siguiente nivel de consciencia. El dolor que provoca este tipo de relación sirve el propósito de romper identificaciones egoicas y tienen su raíz en la incapacidad del émpata de percibirse diferente del narcisista, de reconocer que su grado de madurez es mayor, y creer que el otro vive y responde con los mismos criterios que uno. Desde nuestra inconsciencia, y motivados por los miedos del Ego que nos hacen sentir que necesitamos pertenecer y ser aceptados, hipotecamos nuestra verdadera naturaleza para convertirnos en lo que creemos que los demás desean. La tragedia egoica es identificarte por completo con esa imagen. Cuando “buscas” -y encuentras- una relación con un narcisista -con alguien menos empático que tú-, y empiezas a sufrir el desequilibrio, es cuando estás preparado para realizar un salto de consciencia y salir de la cárcel del alma en la que te habías metido, que no es otra cosa que tu propia identificación egoica, y que el narcisista te pone la proyección en bandeja. El émpata no es una víctima Si decides adoptar el rol de víctima, perderás la oportunidad de realizar este cambio de nivel de consciencia, y terminarás atrayendo otras relaciones con la misma dinámica émpata-narcisista hasta que eres consciente. Por eso, creo que lo importante es hacernos conscientes de la preciosa oportunidad que este tipo de relación nos trae y ser capaz de comprender que el dolor sólo es el Ego que se rompe y madura un poco más. En segundo lugar, aprende a aceptar a cada persona en el nivel en el que está, tanto tú como el otro, aunque ello suponga romper y perder relaciones “de toda la vida”. Cuando creces y cambias, invariablemente dejarás a personas por el camino que ya no resuenan contigo, y conectarás con individuos nuevos en relaciones más libres y abiertas. Resistirse a cambiar, al movimiento natural en las relaciones, a la pérdida, te llevará a volver a sufrir inevitablemente. Por otro lado, si te posicionas en el papel de la víctima, reflexiona sobre tus apegos, sobre aquello con lo que te identificas, y sobre tu rigidez ante el cambio. ¿Eres de los que dicen, “yo soy así”? Si te encuentras siendo el émpata en una relación con un narcisista, te invito a que te hagas consciente de tu oportunidad para abrir tu percepción, salir de tu cárcel del alma, haciéndote consciente de que tu nivel de consciencia es otro, aunque siempre respetando a cada cual con su propio nivel de consciencia. Y luego desapégate de la relación y ábrete a encuentro con personas que vibran más parecido a ti. Si te encuentras como víctima y quieres ser libre, si quieres madurar y crecer como consciencia, acepta que los demás no tienen por qué darte lo que esperas y lo que quieres; aprende cómo lo más enriquecedor en la vida es dar desde lo mejor de ti, sin rendir cuentas a nadie; date cuenta que si estás más conectado con tu alma eres más sensible y más vulnerable, que no más víctima ni más sufriente; coge las rienda de tu vida y hazte responsable de lo que te sucede y de cómo te sientes, sin echarle la culpa ni exigir nada a nadie. Si todo esto te cuesta demasiado, es porque estás dentro de tu zona de confort. Sal de ella. La mejor manera es a través de un viaje, con mochila mejor, y sin planes durante un tiempo largo. Vete, cambia de país, exponte a lo desconocido y a lo inseguro. Abre tu experiencia al mundo, suelta las identificaciones egoicas y desarrollarás Ego y tu nivel de consciencia. Guiomar Ramírez-Montesinos Psicóloga, astróloga y terapeuta psíquico
1 Comentario
Margarita Aldana
11/9/2017 14:39:32
Muy buen articulo.
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