En estos momentos la Energía de Leo está muy activa, invitándonos a conectar con nuestro Ser, con aquello que nos hace originales = Eres. Mientras que el eje Nodal, junto a Plutón y Saturno, mantiene aún presente la pertenencia (Cáncer) al patriarcado (Capricornio) = Perteneces. El Ser, de un lado, y el Ego con sus patrones y creencias de otro, tironean nuestro cuerpo, contribuyendo a manifestar (merced a la presión creada) síntomas, dolencias, emociones y reacciones que deltana que aún no estamos del todo alineados con nuestro propósito mayor, con el fin de que tomemos consciencia y liberemos aquellos patrones antiguos que están detrás de las resistencias egóicas. Perteneces. El Ego no quiere que nada cambie ni se transforme, ya que el Ego es sentido de identidad, creada en base a la repetición de patrones, creencias, pensamientos, emociones… Repeticiones que se gestan en el núcleo familiar, como resultado de la historia vivida por generaciones anteriores. El “yo soy” egóico es fruto de todos los traumas no resueltos de generaciones anteriores, y de sus intentos de enfrentar la realidad, negando la propia vulnerabilidad al polarizarse en víctima, perpetrador o sanador. Perteneces. Si mi abuela pasó una guerra y sufrió la pérdida de familiares, yo, desde mi Ego, como heredera de una profunda herida de pérdida y abandono no experimentada y no resuelta (mi abuela tuvo suficiente con seguir sobreviviendo), sentiré pertenencia, y por tanto se afianzará mi identidad, si reacciono en base a esta memoria, ya sea creando una familia grande, no teniendo familia, ayudando a unir otras familias…, o las tres cosas a la vez. Es decir, si siento los mismos miedos y repito los patrones compensatorios de los traumas no resueltos de mis ancestros, entonces pertenezco, estoy incluida, en una familia, en un grupo. Y espero que los individuos de ese grupo me reconozcan, me den un lugar en el mundo (entre ellos), con lo cual hago lo posible por adaptarme y hacer lo que se espera de mí. Perteneces. Esto no es consciente, sino un proceso inconsciente que permite que una familia, y su historia, se perpetúe en el tiempo. En otras palabras, estamos ligados a nuestra familia por las emociones que graban aquel patrón compensatorio de lo no resuelto. Si mi abuela respondió a su trauma con susto y ansiedad, yo repetiré esa sensación de susto y ansiedad en mi cuerpo, inconscientemente y desarrollaré una estrategia para huir de él (y no enfrentar el miedo), y esperaré sentir un reconocimiento por parte de mi familia, y por extensión, de la sociedad, por mi fidelidad al clan. Perteneces. Pero ser fiel a un patrón emocional y a la consecuente reacción (“yo soy así”, “mi familia es así”) no tiene nada que ver con honrar a los ancestros. Para esto, hemos de resolver y cerrar el círculo de aquellas antiguas heridas, en vez de perpetuarlas desde las Memorias Celulares. Honrar a los ancestros implica emplear los talentos heredados de manera creativa, y no seguir enganchado a una serie de emociones y creencias de manera inconsciente, así como enfrentar aquellos miedos ancestrales, permitiéndose sentirlos en el cuerpo. La impronta Al igual que los pajaritos registran lo primero que ven como mamá, nosotros tenemos también una impronta, pero ésta se forma a lo largo de los primeros 3 o 4 años de vida, que es antes de que empezamos a desarrollar la mente racional. Todo lo que sucede en el ambiente del hogar, y en particular, tal y cómo es vivido a través de la madre, forma lo que luego será el patrón de la impronta, aquello que es seguro para mí, aquello que inconscientemente llamo amor. De mayor, cada vez que me sienta insegura, replicaré inconscientemente ese patrón, incluso si conscientemente es algo que no quiero. Así, si mis padres no se hablaban, no hablar me da seguridad; si se gritaban, gritar me da seguridad. Perteneces. Este patrón suele ser más complejo, e incluir toda una narrativa. Por ejemplo, papá se fue y mamá tuvo que trabajar todo el día afuera, y cuando volvió, le echaba a mamá la culpa por no cuidar y estar atenta de los niños. Alguien con esta impronta, cuando se siente inseguro, verá cómo su pareja o personas importantes se van de su lado, luego asume una carga para finalmente sentirse culpable. Llamamos amor al dolor Debido a los acontecimientos traumáticos del pasado, a las Memorias Celulares, todos hemos sido criados con carencias relativas a nuestras necesidades básicas (ver Conectando con el Cuerpo). Debido a estas carencias, no “habitamos” nuestro cuerpo en mayor o menor medida. El “hueco” que queda lo llenamos con las emociones de lo no resuelto por el clan, que nos hacen sentirnos seguros (“amor seguro de madre”). Absorbemos esas emociones desde esas carencias, desde ese vacío interior. Es como si nos llenáramos de una leche emocional-energética de información transgeneracional, que nos hace vibrar (“oler”) igual que los demás (del clan), garantizándonos así un lugar en esa familia. Perteneces. Luego salimos al mundo y nos relacionamos con los demás. Desde los niños en el cole, hasta los compañeros de trabajo y nuestras parejas, buscamos inconscientemente repetir con ellos esos mismos patrones, sufriendo el mismo dolor heredado en las Memorias Celulares. Nos atraerán justo aquellos individuos que resuenan con nuestros patrones, y que por supuesto, nos darán lo mismo que recibimos, que incluye el mismo vacío de siempre. Y aunque digamos que no nos gusta y nos quejemos, es así cómo inconscientemente nos sentimos seguros. Perteneces. Por eso seguimos pidiéndole peras al olmo. Continuamos con las expectativas de recibir aquello que mamá no nos dio, aquello que nos faltó de bebés (en esencia, necesidades básicas fisiológicas, de nutrición y de seguridad), de personas que no nos lo pueden dar, porque vibran con las mismas carencias (por eso las atraemos) y que, a cambio, comparten el mismo dolor que nos dio mamá, el que pertenece a nuestro transgeneracional, el cual nos intercambiamos e intentamos compensar. Perteneces. Nos enfadamos con el olmo, nos sentimos víctimas del olmo, culpamos al olmo de nuestras desgracias, mientras cientos de perales esperan a que algún día dejemos de alimentar esos patrones de insatisfacción y dolor. Ahí seguimos enganchados en esos patrones de identificación egóica que forman parte de nuestra zona de confort, de nuestra identidad, y de nuestro sentido de pertenencia. Perteneces.
Una identidad excluyente Pero la identidad así labrada es necesariamente excluyente. Sólo nos relacionamos con aquellos que resuenan con nuestra propia herida, es decir, con olmos. ¡¡Con los únicos olmos en un huerto repleto de perales!! Gravitando hacia aquellos que comparten herida con nosotros, para ejercer el papel de víctima, perpetrador o sanador de la misma. Y así continuar ligados a los demás, recreando el dolor (sin enfrentarlo ni resolverlo) y, por tanto, alimentándolo con nuestra intención. Perteneces. Excluimos a todos los perales, a todas aquellas personas con las podríamos jugar divertirnos, crear algo nuevo juntos, pero ni siquiera vemos por esa ceguera que nos mantiene fijada en los olmos. Y excluimos (sin éxito) a todos aquellos que nos hacen sentir víctimas o malos. A esto lo llamamos identidad. “Yo soy esto”, y “no soy aquello”. Perteneces. Eres Mientras, vivimos cogidos a una invisible malla emocional que nos entreteje (Cáncer), y fantaseamos Ser nosotros mismos, pero no es suficiente con imaginarlo. Desde la fantasía canceriana infantil nos imaginamos saliendo al mundo para hacer lo que nos apetece, lo que nos hace feliz. Sin embargo, en vez poner el pie fuera de la zona de confort de aquellas relaciones ligadas al dolor, esperamos recibir la ayuda de aquellos olmos y que además nos reconozcan en aquello en lo que somos únicos. Y eso, por definición, no pasará nunca. Si te quedas esperando, pasivo, lo único que puede suceder es que te inundes de emociones colectivas, aumentando tu ansiedad y alimentando tus miedos. Sin embargo, si te pones en movimiento, en marcha en la dirección de hacia dónde quieres ir, esa energía pasa a estar disponible para crear y para la acción. No importa si esos pasos son correctos o no, o si te llevarán a dónde tú crees que quieres, sino sólo el movimiento, la direccionalidad, para que la energía fluya. Del resto se encarga el Universo. Y, si quieres sentirte reconocido, no puedes simplemente esperar a que suceda, sino que has de crear desde quién eres tú. De nada sirve tener ideas, ganas, anhelos, sino se traducen en acción en esta realidad tridimensional. El acto creativo te ayuda a que tú veas quién eres, y desde allí puedes darte generosamente al mundo. La Energía de Leo nos revela que crear es cualquier cosa que hagas que nazca de tu Ser, de tu pasión, y ofrezcas sin condicionalidad, sin esperar nada a cambio, a los demás. Pero Ser conlleva un precio, el de desligarte del colectivo, de los dictados familiares, de las emociones que te ligan a los de antes, a aquellos olmos. Salir de la zona de confort canceriana implica soltar todas esas fidelidades al clan, lazos kármicos, dependencias emocionales, y quedarse “solo”. Transitar el miedo al abandono, y el consecuente vacío interior, es el paso previo a poder conectar profundamente con quién realmente eres. Cómo especie, por ahora, no nos gusta el vacío. Nos da mucho miedo, porque lo asociamos con el final, con un cambio brusco e incluso con la muerte. Pero es necesario atravesarlo y vivir el duelo de dejar de pertenecer. El Ego ha desarrollado la creencia de que el soltar y el vacío son peligrosos, porque en ellos perdemos la identidad. Por eso es fundamental comprender cómo los mecanismos egóicos operan dentro de uno, y aprender a tener la perspectiva suficiente de los propios apegos, conductas, emociones y patrones, como para poder elegir no reaccionar en base a ellos, así como sostener el espacio necesario para su disolución y transformación. La noria que se experimenta en su función Imagina que eres como una noria en un río, que temporalmente sostiene una porción de la corriente de agua, que te hace girar, poniendo en marcha algún mecanismo que está conectado a ti, pero que no ves, y sin embargo, es tu razón de Ser. No eres el río, no eres el agua, ni ese momento congelado en el tiempo que sostiene una porción de agua (Ego), sino la expresión de algo mayor en la forma de una función, de una acción. Por eso sólo puedes descubrir quién eres en un movimiento que expresa tu función. Y la única guía para saber si lo “estás haciendo bien” es tu propia sensación de que todo encaja y de que eres feliz haciéndolo porque todo fluye. Así pues, empieza a soltar tus dependencias emocionales, no esperes a ser reconocido o a que se den las circunstancias necesarias, atraviesa el miedo al abandono y el duelo de los desapegos, sal al mundo y ponte en marcha. Haz cosas. No importa qué y cómo, porque te irás descubriendo en la medida en la que haces. Sé tú mismo y no esperes reconocimiento de las personas que conoces (olmos), y date la vuelta que el huerto está lleno de perales con deliciosas frutas que quieren jugar contigo para crear un mundo nuevo. Guiomar Ramírez-Montesinos Psicoastrocoaching
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