Hace poco estuve en un taller de Sergi Torres, a quien recomiendo veáis sus vídeos, dónde hablaba sobre la importancia de estar presentes para poder conectar con la consciencia. Algo aparentemente tan sencillo es, sin embargo, a menudo, tan difícil de alcanzar. Acaba de estar en casa una amiga con su hijo, y precisamente hablando de estos temas, surgió una situación a raíz de su interacción con su hijo que pude observar, y que luego pusimos en común. Gracias a que ocurrió esta situación, ella pudo observarse y logró sentirse presente y conectar con un sentimiento de paz profundo. Empezamos hablando, o más bien filosofando, sobre “nuestras cosas”, en esta ocasión, sobre el libro de la “Inteligencia Planetaria” de Eugenio Carutti (que por cierto recomiendo encarecidamente). A pesar de que normalmente ella conecta fácil y bien con este tipo de conversaciones, de ideas, la veía muy anclada en la mente concreta, sólo repitiendo conceptos. “Qué extraño”, pensé. Al mismo tiempo, su hijo de 8 años que normalmente está tranquilo con nosotras escuchando, o viendo algo que le entretiene en el móvil, no paraba quieto y decía aquello de, “me aburro”. Pero no me lo creí. “Si estuvieras aburrido, estarías tirado en el sofá; yo creo que te sientes ansioso”, le dije, basándome en las sensaciones que yo estaba percibiendo en mi cuerpo. Poco después, el chico puso música en el móvil, de esa latina con mucho ritmo, y a un volumen no precisamente bajo. La madre le espetó un, “por favor, quita esa música o vete”, con un tono de irritación directamente proporcional al nerviosismo que el niño estaba mostrando. Él se fue a otra habitación, y mientras escuchábamos a una cierta distancia más “soportable” la música, hablé con la madre para ponerla en contacto con lo que acababa de suceder. “¿Qué sientes?”, le pregunté. “¡Rabia!”, me dijo, “no me tiene en cuenta”. Le volví a preguntar, “¿qué sientes?; porque rabia es una emoción fruto de la interpretación de lo que sientes, o más bien percibes”… El viaje de la mente La sensibilidad sutil es una cualidad que poseemos todos, pero desconocemos al no atenderla. Antiguamente, cuando aún éramos nómadas, el anciano de la tribu aprovechaba esta cualidad, antes de que existiera la mente pensante, para llevar a los suyos a refugio en cuanto se acercaba una tormenta. Esto lo hacía de manera instintiva, aún no habíamos desarrollado el pensamiento. Pero cuando alcanzamos las cuevas del sur de Francia, donde alrededor había de todo para comer, y se acercaba una tormenta, ese anciano no tenía dónde correr, porque ya se encontraban en la cueva. Entonces, sucedió que -cuando el cuerpo no corre- fue la mente la que echó a andar… Así es cómo primero se desarrolló la imaginación y luego el pensamiento. En otras palabras, el pensamiento, aquella cualidad de la mente concreta que utilizamos a diario hasta el punto de que nos esclaviza, no es más que la huida de una sensación que interpretamos como desconocida o como una amenaza. Lo que hacemos continuamente es reaccionar huyendo con la mente en cuanto percibimos algo, es decir, pensar o interpretar de manera automática esa sensación, de la cual nunca fuimos conscientes. Y es luego nuestro pensamiento, esa interpretación, la que genera las emociones que sentimos. Bien pues, todas, absolutamente todas las emociones que sentimos -sí, incluso las buenas-, no son más que fruto de la interpretación que ha hecho nuestra mente de una sensación de la que nunca fue consciente. ¿Por qué nunca es consciente de esa sensación? Pues porque la respuesta de huida es automática, y ocurre fuera de nuestra consciencia precisamente por ello. La respuesta de huida -es lo mismo la huida física, que la huida mental, sea en forma de imaginación o pensamiento- se produce cuando la amígdala (que pertenece al cerebro primitivo) desconecta al córtex (el cerebro pensante consciente). En otras palabras, pensar o imaginar es una respuesta de huida de una sensación que percibe el cuerpo pero que nuestro cerebro interpreta como una amenaza porque es de origen desconocido…, y ante la duda..., mejor huir. Y así andamos los humanos, huyendo de idea en idea, generando con cada idea una emoción, creando bucles de pensamientos incesantes, adentrándonos en la cueva, de la cueva, de la cueva de nuestra mente “racional”. Y así fue como creamos el reino de Hades, el reino de los infiernos, que se encuentra precisamente en lo más profundo de las cuevas… Así pues, la secuencia es: Sensación --> pensamiento --> emoción
El problema es que este paso del desarrollo personal implica soltar la felicidad que ilusionamos obtener al aprender a distinguir emociones y ser conscientes de que podemos elegir la que queramos. Una vez madurado el sistema emocional y comprendido cómo funciona, entonces puede ser un buen momento para aprender a estar presente.
La sensación presente “¿Qué sientes?”, continué preguntándole a mi amiga, ayudándole a reconocer cada vez que se iba a una interpretación y a una emoción. Así hasta que fue consciente de que debajo de todas sus interpretaciones había una sensación que no sabía manejar, o más bien sostener, y que de paso estaba proyectando fuera. “¿Qué sientes?” “Siento una sensación de: y realizó un gesto con la mano, intentando ilustrar así una cualidad sensorial intensa, situada sobre su tercer chakra, a la vez que profería un soplido sonoro con su boca echando aire con los labios apretados. Ella sentía el mismo desasosiego que sentía su hijo de 8 años. Mutuamente llevaban todo el día sintiéndose y ampliándose, y cada tanto, saltando con enfado, ya sea uno, ya sea otro, como altavoces que se acoplan con un micrófono y emiten ese chillido tan molesto. Esa sensación era incómoda, desagradable. Era un estado de “no paz”. Y esa “no paz” la estaba proyectando fuera de ella, en la forma de la música estridente que su hijo estaba escuchando, porque no podía ya sostenerla. De esa manera, no era consciente de que el desasosiego en realidad era interno. Al contrario, pensaba que quien le quitaba la paz era su hijo. Cuando sintió el desasosiego, contactó verdaderamente con él, entonces éste rápidamente bajó y desapareció. Sintió paz, mientras al fondo se escuchaba el ritmo latino de los videos musicales que estaba viendo su hijo, que ya no parecían tan estridentes. Un minuto más tarde, o puede que menos, sin mediar palabra, su hijo apareció con el móvil apagado y lo dejó a su lado. Se sentó tranquilo en el sofá. Al no tener mi amiga ya el desasosiego y no proyectarlo fuera, la situación “estresante” automáticamente desapareció. Esto es estar presente. Es sentir la sensación, que no una emoción, y ser capaz de observarla sin más, y a lo que te lleva es a un estado de paz desde el cual conectas con tu Ser, con tu consciencia, y así es cómo puedes comprender que no eres tu Ego, tus pensamientos, las cosas que posees, etc. Eres la consciencia de todo eso que está pasando por el cuerpo con la que está conectada. Pero para llegar a ese punto, primero has de hacerte consciente de tus emociones, después de los pensamientos e interpretaciones que las generan, para por fin conectar, sentir, percibir, una sensación sin nombre que es la que gatillaba esos pensamientos. Esa sensación sin nombre hay que luego sostenerla y observarla sin intentar comprender nada, sólo sentirla. Y es ahí, en ese punto, en el que puedes descubrirte en presencia. Te animo a que observar esto en ti, y especialmente aprovechar situaciones cotidianas que te alteren significativamente, pero que sean bastante banales. Este tipo de situaciones son las mejores por el contraste. No pongas nombre a la sensación, aunque sí intenta describir su cualidad, como si estuvieras dialogando con ella. Y ya me cuentas qué tal… Guiomar Ramírez-Montesinos Psicóloga, astróloga y terapeuta psíquico
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