No paramos de leer o escuchar que lo importante es estar en el momento presente, un acto de rendición que implica no estar afectado por el pasado, ni intentado que el futuro sea de ninguna manera. Pero por mucho que lo intentamos, por mucho empeño que pongamos, parece casi una utopía sostener esa vivencia, ya que si es que lo logramos, la vida rápidamente “nos pone en el sitio”. Buscamos la paz que dicen habita en el momento presente, pero cuando nos acercamos, malinterpretamos las señales que percibimos y salimos corriendo para refugiarnos en nuestros viejos hábitos. Estar presente tiene que ver con rendirse, entregarse, a algo mayor que uno mismo; es estar receptivo, perceptivo, sensible, integrado. Paradójicamente, la voluntad tiene poco que ver. Vivimos en una realidad de objetos y sujetos en la que hemos ido trazando una noción de nuestra individualidad tan marcada que la confundimos con el cuerpo que habitamos y con las creencias aprendidas y condicionadas desde nuestra infancia y más allá. Pero la singularidad del Ser nada tiene que ver con la fisicalidad del mundo tridimensional de los objetos, que tanto nos “hace sufrir” y al que sin embargo nos aferramos con tanto afán. El instante presente no está en las tres dimensiones, sino que nos hacemos sensibles a él cuando somos capaces de percibir una realidad que va más allá de nosotros, que vincula a todo ser y cosa en este planeta. Cuando la vida ya no es algo personal, cuando ves más allá de los símbolos, cuando percibes los patrones de la existencia y ves la lógica de un orden superior, cuando comprendes la paradoja del baile de proyecciones, entonces podrás conectar con esa realidad más amplia en la que la entrega es la norma, y no la voluntad (entendida como empeño, es decir, la voluntad del Ego). Dicen que es nuestro Ego el que se las apaña para impedirnos estar presentes. Pero no creo que sea una buena idea concebir al Ego como algo ajeno o externo a ti, porque entonces estarías poniendo el poder fuera y resignándote sin voluntad (entendida ahora como la capacidad de decisión). Tampoco creo que sea bueno empeñarse en estar presente, si no es algo que te sucede de manera natural, sólo porque lo dicen otros e intuyes que puede ser así. Otra vez estarías poniendo el poder fuera, y de paso machacándote sin necesidad, merced a un gran superego, porque te crees incapaz de algo que deberías poder hacer porque dicen que es simple. Desde mi punto de vista, poner el empeño en encontrar la paz, en estar presente, en practicar la entrega no tiene sentido, porque el empeño es estrecho de miras, te cierra, te contrae, te colapsa…; todo lo contrario de la expansión, de la percepción ampliada necesaria para dar un salto de conciencia…, que al fin y al cabo es de lo que se trata. Pasos para abrirse a la entrega 1. En primer lugar, preparar tu cerebro y tu sistema nervioso para adaptarlos a un nuevo nivel de inteligencia sensible (estoy leyendo el libro de la “Inteligencia planetaria” de Eugenio Carutti, que habla sobre la inteligencia vincular; muy recomendable). ¿Cómo se preparan? Ejercitándolos todos los días: investiga, descubre, estudia, abre tu mente, imagina, lee…, pero no retengas información, sino permítete descubrir cosas nuevas que te rompan los esquemas; aprende hasta que dudes de todo; descubre cosas nuevas para entender cada vez menos. De lo que se trata es de desarrollar más conexiones neuronales y una mayor plasticidad, de tal manera que lo ilógico, lo desconocido, lo extraño no sea una amenaza, sino alimento para tu alma. No te quedes con la información para ti, porque entonces no sirve para nada. Comparte, deja que otros aporten, enriquécela mediante la inspiración del momento compartido; cámbiala por completo. Escribe, enseña, produce algo creativo con ella. Cualquier cosa menos quedártela para ti, encerrada bajo una llave de secretismo o kilos de vergüenza. 2. Deja de reaccionar. La mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo, reaccionan. Reaccionar es no permitirse percibir la información que atraviese tu cuerpo, sino cortar el flujo de la energía que la transporta gracias a la rápida respuesta de tu cerebro que genera sus propios pensamientos y provoca tus propias emociones. No sabemos percibir. Sólo reaccionamos y creamos nuestro mundo emocional, que como es intenso, creemos que así se confirma su validez. 3. Enfrenta tus miedos. Para no reaccionar, es necesario identificar tus miedos, los Miedos del Ego. Aquellos que reafirman tu sensación de estar sólo y separado en el mundo, o de que puedes morir. Si lo que te ocupa es la supervivencia, tu foco se estrecha y vives en la acción. Vives reaccionando ante las cosas que te suceden. Sin embargo, si dejas de tomarte la vida como algo personal, y empiezas a ver las cosas con más perspectiva, te puedes ir dando cuenta de que no eres tú, de que estás inmerso en un patrón vincular que se expresa con aparentes coincidencias, visto desde el punto de vista tridimensional. 4. Permítete ser vulnerable. Y cuando llegas a este punto, sucede que te sobreviene una sensación de cansancio, de fatiga, o no estar mal del todo, pero tampoco bien. Una sensación de tener la energía más baja que resulta extraña, o un momento de depresión en la que parece que vas a tocar fondo. Puede que incluso enfermes o pilles un resfriado. Estás ante el umbral de la entrega: te estás abriendo a percibir una realidad más amplia, de una dimensionalidad más allá de las tres en las que crees que vives. En este punto eres vulnerable, y atraes hacia ti todo tipo de virus, bicho o sensación que aún vibra contigo. El sistema automático y reactivo de respuestas entra súbitamente y reaccionas como lo haces siempre. Te vuelves a desconectar. 5. Se sostenible. Antes de poder dar un salto de conciencia, o como me gusta llamarlo, antes de atravesar el Techo del Ego, vives un momento de aparente bajón energético. Como no lo entendemos, lo malinterpretamos. De normal, vivimos de una manera en la que consumimos y empleamos grandes cantidades de energía. Por este motivo necesitamos continuamente alimentarnos de otros. Después de cinco mil años de patriarcado, somos voraces consumidores y productores. Lo que observamos en la vida, el consumismo, el abuso de recursos, el despilfarro energético, la contaminación, e incluso todas las desigualdades sociales, no son más que un reflejo de ese mal manejo energético interno que tenemos. Se puede vivir de otra manera que implica un menor consumo energético, con lo que no necesitaríamos depredarnos emocionalmente los unos a los otros, y que a la vez nos abriría a la información y a la energía universal, al dedicar menos energía a esos menesteres y más a la apertura. Practica en tu mundo externo una manera más sostenible de funcionar, respeta la naturaleza, convive con ella, recicla, consume productos naturales de km 0. Todo ello irá adaptando tu cerebro y tu mundo interno a una manera de manejar energía que te permita luego ser sensible a otras realidades. Para poder atravesar la barrera del Techo del Ego, debemos confiar y entregarnos a “lo desconocido” cuando empezamos a sentir esa fatiga o cansancio. No te lo tomes personal. Y si percibes una amenaza, sé lo suficientemente consciente como para darte cuenta que sólo es una “trampa” del Techo del Ego, recuerda de qué manera has reaccionado siempre ante esa situación, y esta vez elige ahora hacer algo diferente. Ríndete, entrégate, y si vuelves otra vez a lo de siempre, ya sabes que tienes que pulirte otro poquito más: mira tus miedos, tómate la vida menos personal, amplia tu mente un poquito más (lee, viaja, estudia, haz deporte, comparte…), reinterpreta tus sensaciones y tu manera de consumir energía, y vive de una manera más sostenible. Guiomar Ramírez-Montesinos psicóloga y astróloga
1 Comentario
Celia
7/1/2016 16:14:08
Excelente!!!, me ha llevado un paso mas alla.
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