Mucho se habla del amor y de lo que queremos encontrar en una relación, pero no somos conscientes de que la impronta recibida durante nuestros primeros años condiciona totalmente las historias que vivimos, y muy a menudo, más bien nos aleja de lo que tanto anhelamos. Tomar consciencia de nuestra impronta nos permite crear una nueva definición de amor, esta vez más madura y plena La impronta es un fenómeno mediante el cual una cría graba en su cerebro lo primero que ve o vive con el fin de identificar quién cuidará de ella. En los pájaros, la impronta es automática, en cuanto el polluelo abre los ojos. Es por esto que, las personas que se encargan de recuperar crías de aves, se esconden y sólo muestran una cabeza de pájaro, o un calcetín con dos ojos, o se disfrazan como un pájaro. Pero en el caso de las personas, nuestra impronta no sólo es visual, sino que también involucra todos los demás sentidos, y el tiempo durante el que se graba esa información tan vital para el bebé, va desde el momento de la gestación, hasta cuando tiene unos 3 o 4 años, que es cuando el niño empieza a desarrollar sus esquemas cognitivos de razonamiento. Antes de los 4 años, el feto, bebé o infante es sumamente impresionable, muy sensible y registra todo lo que hay en el ambiente, aunque, sobre todo, lo que sucede desde el punto de vista de la madre, de cuya vida depende. Todo lo que el pequeño absorbe durante ese período lo asociará de manera automática con “amor seguro de madre”. Hasta que no nos hacemos conscientes de ello, repetimos o recrearemos estas circunstancias a lo largo de nuestra vida, una y otra vez, cada vez que nos sentimos inseguros en una situación, es decir, cada vez que nos topamos con algo nuevo, o con una situación ante la cual nos disponemos de las herramientas necesarias para afrontarla. Por ejemplo, terminas de estudiar y sales al mundo laboral para encontrar trabajo, pero sufres una decepción, te sentirás inseguro y recrearás tu impronta. O, tienes una pareja y ésta empieza a actuar de manera que no prevés (al fin y al cabo es un ser humano diferente a ti), te sientes insegura, y se activa tu impronta. Esto estaría muy bien si de pequeños hubiésemos recibido amor incondicional (y no sobreprotector) por parte de nuestros padres. Lo cual rara vez, por no decir nunca, es el caso. Nuestros padres lo hicieron lo mejor que podían, seguramente, pero no eran perfectos. Llevan su historia y la carga de su familia, y pocos son los que en generaciones previas se han dedicado a aligerar su carga, haciendo su trabajo personal. Como consecuencia de esto, el ambiente en casa cuando nace un bebé suele tener distintas carencias afectivas. Por nombrar algunas, imagina unos padres que traen un bebé al mundo en plena época de crisis. A pesar de la alegría, también sentirán la angustia por no saber si llegan a final de mes, les entrarán dudas de si van a poder cuidar bien del bebé, por no saber si tendrán trabajo, etc. O niños que nacen en familias en las que se da mucha importancia al trabajo y al ganar dinero, y los padres a penas se ven. Ese bebé crecerá con una impronta que dice que, “tener inseguridad por el dinero = amor”, o “trabajar = amor”, o “incomunicación = amor”. Otro ejemplo, una madre a quien el padre de su bebé les abandona por otra mujer. La impronta puede ser, “quedarme sola = amor”, “ser la otra = amor”, “perder quien me da seguridad = amor” o “perder el amor = amor”!! O imagina una familia que discute y es violenta frente a un bebé, esta criatura crecerá con una creencia que hará que viva situaciones de violencia. Éstas, al igual que con las demás improntas, pueden ser provocadas por uno mismo, o pueden venir de afuera, como si fueran los demás quienes nos atacan, quienes nos dejan solos, quienes no nos hablan, etc. Y también hay padres que, por diferentes circunstancias, debidas a su propia historia, abusan emocionalmente de sus hijos, provocando una impronta que deja una huella muy profunda, debido a la intensidad de la carga. Son, por ejemplo, aquellos padres que, albergando en su cuerpo y en su psique su propio trauma no resuelto, deciden tener hijos. Aunque, hayan pretendido correr un tupido velo sobre lo vivido, los traumas no se pueden borrar ignorándolos, ya que son información que necesita ser resuelta e integrada. Los “fantasmas” de la psique salen una y otra vez hasta que les prestamos atención con amor… Asimismo, también dejan esta huella los padres que son inestables emocionalmente, los inmaduros o los egoístas, con muchos altibajos emocionales o estallidos de emotividad. También aquellos progenitores que “educan” con mano de hierro y son muy autoritarios. Pero estos, al igual con los anteriores, tienen en común el no haberse hecho cargo de sus propias emociones (evidentemente, porque no podían), y la impronta que reciben sus retoños, y en especial los hijos mayores, conlleva todo el impacto emocional de aquellas angustias, miedos, disgustos, traumas, violencia… Es decir, el bebé aprende desde que nace, e incluso antes, a ser receptor de la carga emocional de sus padres, y en especial de la madre. Así, para estos niños, amor “seguro de madre” es abrirse a recibir el impacto emocional de los demás, lo que puede llevar a que asuman culpas, cargas, responsabilidades y que no les corresponde, cada vez que se sienten inseguros, cada vez que quieren sentir que pertenecen…. Y en algunas, muchas, ocasiones, ya de adultos, la energía emocional que reciben de los demás la cristalizan en su cuerpo, bloqueando el flujo energético y provocando dolor y enfermedad. Esto no es amor, es sólo una impronta. La violencia no es amor. La soledad no es amor. La falta de comunicación no es amor. Asumir culpas no es amor. Cargar con todo no es amor. Trabajar no es amor. Quedarse solo no es amor. Sufrir no es amor. Dolor no es amor. Enfermedad no es amor. Esto es sólo la impronta, la definición de amor que necesitó el bebé para poder sobrevivir. Si resuenas con algunas de estas circunstancias, si sientes que tienes una de estas improntas y estás leyendo este artículo, ha llegado el momento de soltar esa identificación infantil porque ya no sirve. Quizá ahora estés pensando que, te gustaría ser más libre y feliz, pero soltar esas identificaciones, sobre todo en esta cultura judeo-cristiana que tanto valora la culpa y la carga, da mucho miedo. ¿Y quién soy yo si no cargo con todo? ¿Y quién soy yo si no siento culpa? ¿Y quién soy yo si no estoy siempre alerta? Si sueltas la identificación con la impronta sólo serás una versión más libre, plena y feliz de ti mismo. Seguirás haciendo lo que tienes que hacer sólo que desde un lugar diferente, con una consciencia más proactiva, que opta no ser más víctima de las circunstancias, y que decide realmente qué quiere en su vida. Ejercicio para soltar la impronta Escribe en una hoja las historias de tu familia, tu impronta, especialmente desde el punto de vista de tu madre, desde que fuiste gestado hasta los 3 o 4 años. Si hace falta, pregunta a tus padres o familiares para saber la historia de la familia. A veces no nos contarán la historia con su carga emocional, y la tendrás que inferir de lo que te cuentan. Por ejemplo, si tu padre perdió su trabajo después de que tú nacieras, seguramente eso se viviría con angustia. Si tu madre se quedó sola con los niños mientras papá se iba a otra ciudad a trabajar, esa carga de ella, por mucho que fuera asumida, le provocaría soledad y quizá frustración y miedo. En otra parte de la hoja, escribe lo que te gustaría fuera tu nueva definición de amor. Está bien basarla en la impronta. Por ejemplo:
En el caso del dolor o la enfermedad, es importante tener en cuenta que la energía ha de fluir, por eso es importante dar, ayudar a los demás, pero no sin pensar en ti, sino desde lo mejor de ti, desde tus talentos. No es dar dinero o tu tiempo libre, sino dar haciendo lo que más te llena. Además, también es fundamental no poner el foco sobre las mismas personas, por ejemplo, sobre la familia, sino sobre aquellos que no conoces tanto y que además van cambiando, como en un trabajo o en una asociación. Y si recibes a cambio una remuneración, mucho más sano y equilibrado, ya que se trata de no quedarse en modo carencia, no quedarse en modo “dame”. También, cuando hablamos de dolor y enfermedad, la lealtad al clan puede ser muy grande. Tanto como el miedo a quedarse sólo si no asumo esa carga. Pero recuerda, no te mereces vivir en dolor y enfermedad, y sí te mereces ser feliz. Cuando dueles, estás reteniendo energía de otras personas, porque aprendiste a hacer eso de bebé. Suéltala, eres libre para ser tú. Deja que la energía fluya y nutra a todo el mundo. Vivir con estas improntas no es un camino de rosas, pero sí ayuda a que traigamos nuestro propósito al mundo. Asumir cargas nos ayuda a conectar más con la tierra. Lo bueno es que se puede sustituir con una conexión real y más consciente, activando nuestros primeros chakras, por ejemplo, a través del deporte o de tomar decisiones en nuestra vida. Sostener las emociones de otros desarrolla la compasión, siempre y cuando no te bloquees del todo, aunque es mejor abrir el chakra del corazón de manera consciente, mediante una definición de amor real. Con la compasión podemos unirnos a los demás, y así abrimos caminos en red para poder ofrecer nuestros talentos al mundo, para el bien común. Por último, cuando tengas las dos listas hechas, lanza la intención al Universo (o a quien quieras) de soltar la impronta y alinearte con tu nueva definición de amor. Y no olvides decir, “que sea lo más fácil y suave posible”. Desde ese momento permanece con una actitud abierta y receptiva, y verás que surgen muchas situaciones para apoyarte en este cambio de consciencia. por Guiomar Ramírez-Montesinos Psicóloga, astróloga y terapeuta psíquico
1 Comentario
Silvia
10/7/2021 20:59:09
Interesante lo leído , aprendí mucho
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