Identificados en gran medida con un Ego que aún no está maduro, tendemos a creer que la vida es algo personal. Esto nos lleva a reaccionar para defendernos o atacar a la persona que tenemos delante, o a la mentarnos y quejarnos, o a sentir que somos impotentes. Para la evolución nos está llevando a otro lugar. Un Ego inmaduro sólo se sostiene si el poder está fuera, y al mismo tiempo, si nos creemos que somos el centro del Universo. Si Yo creo que soy el centro de mi experiencia y todo gira en torno a mí, es lógico que mi enfado sea proporcional a la contradicción de mis deseos. Pero, si queremos evolucionar, desarrollarnos como seres humanos, y de paso tomarnos la vida con más ligereza, una de las primeras cosas que hemos de hacer es ampliar nuestro punto de vista y darnos cuenta de que la Vida no es algo personal. Es más, ¡no hay nada individual en nuestra experiencia humana!
Hay muchas maneras de expandir el punto de mira y relativizar la propia importancia o existencia. Una de ellas es viajar; también podemos leer sobre otras culturas, otras realidades; conocer religiones y concepciones de la vida diferentes; hacer deporte y conocer a gente diferente también nos ayuda a dejar de darle tanta importancia a nuestra persona. O mejor aún, estudiar o comprender a fondo el maravilloso viaje evolutivo de este planeta, del ser humano, y comprender que el próximo paso en nuestro desarrollo es unirse como una única especie planetaria, hacernos conscientes de que la Tierra entera es un organismo complejo, y nosotros no somos más que una célula dentro de un órgano de ese cuerpo. James Redfield, al principio del libro de “Las nueve revelaciones”, narra cómo el protagonista comienza a verse en la perspectiva de la evolución de la vida en el planeta. En este sentido, recomiendo comprender el viaje fascinante de la mente humana y su desarrollo. Cómo, huyendo de sensaciones que no podíamos controlar, nos ayudó a activar la mente y desarrollarla. Cómo este desarrollo nos llevó a crear sociedades de humanos cada vez más complejas y funcionales, y cómo hemos llegado al punto actual de máxima complejidad de nuestro sistema nervioso. El biólogo celular y conferencista internacional Bruce Lipton, impulsor de la disciplina de la epigenética, explica cómo nuestro desarrollo no es independiente del medio, sino que responde a éste, y postula que la evolución darwiniana se queda muy corta al creer que el destino lo marca únicamente la competitividad dentro de una misma especie -por cierto, condicionando un modelo de sociedad poco sostenible, que ensalza esa competitividad-, y no comprender que la clave de la evolución está siempre en la cooperación, tanto entre los individuos de la propia especie, como entre las diferentes especies y el ecosistema en el que habitan. ¡La evolución es cooperación y no lucha! Lipton explica la evolución del planeta como una secuencia que se repite y avanza en espiral, y que empieza por la aparición de un organismo simple, la bacteria, sigue con la proliferación y desarrollo de todo el potencial de ese organismo. Después estos organismos se unen en colonias simples y aumenta su número. Finalmente, se produce la diferenciación y especialización de los organismos dentro de esa colonia, constituyendo una colonia integrada, con una barrera o membrana que la protege del medio. Y esta cooperación especializada y ordenada de los organismos anteriores genera la creación de un nuevo organismo más complejo. En este caso, la ameba, el primer organismo unicelular. A su vez, las amebas fueron desarrollándose y haciéndose más complejas, maximizando todas las posibilidades de su estructura. Y una vez alcanzada el mayor desarrollo individual posible, empezaron a unirse en colonias simples, y luego en colonias complejas integradas, con unidades con funciones especializadas, asilándose del exterior, creando así los primeros organismos pluricelulares. En una siguiente vuelta, estos organismos pluricelulares a su vez desarrollaron al máximo todas las posibilidades de su estructura, hasta unirse en colonias y terminar por convertirse en órganos de un organismo superior, a saber, las primeras formas de vida complejas. Así surgieron los peces, reptiles, aves, mamíferos, que no son más que el equivalente en el plan de del desarrollo de esas primeras bacterias buscando maximizar sus posibilidades y desarrollando al máximo el sistema nervioso y, por tanto, el cerebro. Los seres humanos somos pues la máxima expresión de la complejidad de la estructura de un organismo complejo. Y cuando desarrollamos nuestro cerebro, empezamos a agruparnos en colonias simples, no sólo con otros humanos, sino interactuando con las especies y el medio que nos rodea. Luego creamos colonias integradas, es decir, desarrollamos diferentes funciones dentro de los límites de nuestro particular ecosistema, que si bien antes podría simbolizarse este paso con las murallas de las ciudades, ahora, en un mundo globalizado, en un Mundo en Red, estamos llegando a un punto en el que se consolidará un nuevo organismo: el planeta Tierra y la Humanidad viviendo en cooperación y coordinación con el medio y todo ser viviente. Y, como narra el astrólogo argentino Eugenio Carutti en su libro “Inteligencia planetaria”, en este momento evolutivo estamos ampliando nuestra sensibilidad y nuestra percepción para, no sólo conectarnos entre los humanos de manera más armónica, sino ampliar nuestra conexión a otra realidad más compleja, a otro orden de cosas. Esta conexión o sensibilidad requiere de una máxima complejidad de nuestra estructura cerebral. Y para desarrollar nuestro cerebro, hemos de ampliar nuestra percepción, ver la vida desde un punto de vista más amplio y nada personal. Sólo un Ego maduro es capaz de tener el centro despejado de miedos para que pueda éste canalizar información universal, y servir de instrumento de comunicación con el medio. Podemos decir que el Ego es como la membrana de la primera ameba o célula, cuya función es de protección de las agresiones del medio. Pero una vez maduro y agrupada cada célula en colonias, se hace imperativa la conexión y comunicación entre las células, y deja de cobrar sentido la necesidad de protección, así como la importancia individual de cada célula. (continuará en el siguiente post) por Guiomar Ramírez-Montesinos psicóloga, astróloga, terapeuta psíquico
0 Comentarios
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
Mis librosCualquier reproducción parcial o completa de este artículo ha de incluir autoría
La AutoraCategorías
Todo
|