![]() Cada uno de nosotros somos como células de un órgano, dentro de un organismo más complejo que sería la Humanidad. Todos contribuimos al funcionamiento del órgano en cuestión, y a su vez éste sirve al organismo. Pero como célula, tienes la misma función que la célula de al lado, que forma el mismo tejido que tú. Miremos esto desde la perspectiva de nuestros dramas personales. Creemos que es el mundo que nos agrede y nos frustra, pero en realidad estamos respondiendo a una estimulación de nuestras memorias celulares. Para mí es indiferente hablar de vidas pasadas, transgeneracional o la infancia. Al fin y al cabo, son patrones de conflictos, que podemos ver repetidos, miremos la escala que miremos. Se puede decir que no encarnamos como individuos, sino como constelaciones de vínculos que representan una visión determinada, un punto de vista concreto, del drama de la Humanidad. Y éste drama no es más que el intento de resolver e integrar en equilibrio las tres fuerzas o energías básicas de expansión, unión y conexión, que durante los últimos cinco mil años de patriarcado han generado los Miedos del Ego (descontrol, abandono y rechazo, respectivamente), y nos han servido para crear nuestro Ego. En otras palabras, con la película de nuestros traumas, viviéndola y reviviéndola a lo largo de nuestras vidas, o a través del árbol transgeneracional, o desde la infancia hasta ahora, experimentamos en primera, segunda o tercera persona infinitud de diferentes maneras de conjugar el mismo conflicto, el mismo patrón. Y esta experimentación es la que define para nosotros nuestra identidad, nuestro Ego.
Nos hemos identificado con nuestro Ego, pero esto es como estudiar una materia en la facultad, y creernos que somos la materia que estudiamos. Es como la célula que se cree que es la función del órgano del que forma parte. Os pongo un ejemplo de uno de estos patrones, de la Estructura de un Ego. Imagina una persona cuyo patrón contiene la siguiente secuencia: ante la expectativa de conectar con alguien, recibe sólo migajas de amor o atención, y luego se siente invadida. Su forma particular de reaccionar ante la imposibilidad de cerrar el círculo y conciliar el malestar que el enfrentamiento le produce, es darle vueltas a la cabeza y buscar una solución, alternando entre la crítica y la autocrítica. Este último paso es en donde nos “enganchamos”, es en el que invertimos mucho tiempo y consumimos mucha energía. El problema real ya no está enfrente, pero realizamos una acción física o mental que requiere una gran dosis de energía. Este estado de gran desgaste y de alto consumo energético es cómo se cocina el Ego. Este drama, que podemos resumir en la imagen que ilustra el artículo, se despliega en la vida de esta persona de todas las maneras imaginables. Le pasa en primera o segunda persona, o que se lo cuenten; puede verlo en una película, o puede ser la víctima en una ocasión y el perpetrador en otra. Y en todas estas experiencias, lo único que hace es “cumplir con la función del órgano” al que pertenece, es decir, intentar resolver o encontrar una armonía, una integración, entre la expansión, la unión y la conexión, que ya no genere división, que resuelva por fin los tres miedos, desde su perspectiva particular, y poder así integrarlos. Y vivir integrado, es Vivir desde el Ser. En nosotros se conjugan tres tipos de energía o cualidades, de las que ya hablé en los artículos sobre los Miedos del Ego. Una débil, que corresponde al bebé, a la necesidad de pertenencia y al miedo al abandono, pero también a nuestra parte más auténtica, a nuestro niño interior. Otra media que corresponde al niño entre 4 y 7 años, al a necesidad de intercambio con los demás y al miedo al rechazo, pero también a nuestra manera de dar. Y otra más fuerte, que corresponde al adolescente, a la necesidad de orden y al miedo al descontrol, que asimismo habla de nuestro poder personal. Nuestra misión es unir estas tres cualidades e integrarlas, cada uno desde una perspectiva propia, pero que a la vez resuena con temas comunes de la Humanidad, para Vivir desde el Ser. Es decir, cada uno de nosotros hemos de empoderar a nuestro niño interior para dar al mundo desde lo mejor nosotros. En el proceso de forjar el Ego, nuestro interfaz con el mundo, ha habido un claro “perjudicado” común a todos los dramas. En la pugna entre las personas que establecen el poder y aquellos sometidos que han querido rebelarse, nos hemos olvidado de los bebés, de los inocentes. Hemos sacrificado aquella parte de nosotros más pura y auténtica. Nuestra inocencia y nuestra sensibilidad. Pero ahora, con los Egos madurando, la vida en un Mundo en Red empezará a girar en torno a los niños y su educación. Hasta la política y todo el desarrollo social se centrará en el bienestar de los niños por encima de todo. Porque ellos somos nosotros. Y habremos comprendido que, en nuestra pureza, en nuestra ingenuidad, en nuestra ilusión, estamos conectados con nuestro Ser, con todas las personas, con toda la Humanidad y con la vida en esta Tierra. Así que, una vez más, insisto, la vida no es personal. Toma perspectiva, amplia tu punto de vista, comprende que tu historia es sólo una manera más de experimentar la vida, y que estamos todos aquí para empoderarnos, conectar con lo mejor de nosotros, y servir al mundo desde allí. Guiomar Ramírez-Montesinos Psicóloga, astróloga y terapeuta psíquico Aquí tienes la primera parte de este artículo: La vida no es personal (I). De la bacteria al humano
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