Veo a Trump asumiendo la presidencia de E.E.U.U., bailando con su mujer, Melania, sin ninguna química, sin ninguna conexión entre ellos, y no puedo más que sentirme como un pequeño roedor observando a un dinosaurio -feliz él en su ignorancia y como máximo depredador-, mientras soy consciente de un enorme meteorito que está a punto de impactar la Tierra y cambiar radicalmente el estado de las cosas.
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La Humanidad hemos pasado de ignorar por completo nuestras emociones y nuestro cuerpo, a fijarnos tanto en ellos que hacemos que sean la referencia para nuestras vidas. Hemos pasado de la encorsetada época victoriana, identificada con la mente, las apariencias y la identidad nacional, a dejarnos guiar por completo por nuestras emociones, como si fueran un barómetro hedonista, y el cuerpo que los alberga ha pasado a ser aquello con lo que más nos identificamos, a determinar nuestra identidad incluso más que el nombre, las creencias o incluso los valores.
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