Dicen que la vida es dura, que es un valle de lágrimas, y que lo normal es sufrir. Pero en este artículo quiero explicaros cómo la Vida sólo pretende que integremos experiencias, que desde la perspectiva del Ego nos negamos a tener. Por eso, necesitamos repetir una y otra vez el mismo programa, la misma lección, hasta que la vivencia se hace tan densa que no la podemos eludir. El Ego es la identificación que tenemos con nuestra identidad y nuestros pensamientos repetitivos. Esta identificación se ha forjado durante los últimos 5 mil años de la Humanidad, durante el Patriarcado y su organización jerárquica. En el Neolítico, la Era anterior, desarrollamos un sentido de pertenencia a un colectivo, y ahora hemos iniciado un nuevo período de 5 mil años, la Era del Ser, en el cual aprenderemos a desarrollar nuestra conexión sensible y a ser conscientes de que somos “seres espirituales que venimos a vivir una experiencia humana”. Para alinearnos desde el Ser, y conectar con nuestra singularidad, nuestra consciencia, era necesario primero desarrollar un Ego, ya que previamente, durante el Neolítico, el sentido de existencia estaba ligado al grupo o clan y no al individuo. Cuando empieza la Era del Comercio, o Patriarcado, dejamos de vivir en comunidades aisladas y empezamos a cohabitar con otros clanes en ciudades. Para mantener el orden, se desarrolló el sistema jerárquico y las leyes que en cada ciudad determinaban qué estaba bien y qué no. Esto provocó un alejamiento de las leyes naturales, que eran las que determinaban a las comunidades matriarcales del Neolítico. Paralelamente, para adaptarnos al Patriarcado, tuvimos que negar nuestras percepciones, nuestros instintos y la sabiduría derivada de estar en contacto con el orden natural de las cosas. En las ciudades, en el Patriarcado, la información sensible, energética, o de los instintos debía ser suprimida en aras de la buena convivencia y merced al control del que manda (jefe, rey, presidente, padre…). A nivel individual, esto ha provocado una separación entre la mente y el cuerpo tal, que hemos perdido todo contacto con el mundo natural que nos rodea, que somos incapaces de sentir la conexión con todo, y han aparecido los Miedos del Ego: abandono, rechazo y descontrol. Somos incapaces de sentir la información que reverbera en nuestro cuerpo energéticamente, y si fuera el caso de que llegáramos a sentirla, no la podemos sostener y nos disociamos de las sensaciones de nuestro cuerpo mediante el pensamiento, desconectándonos de la percepción, creando un juicio y atribuyendo un culpable. A esto se le llama consciencia de separación o egoica. Para poner un ejemplo quizá más fácil de ver. Cuando un bebé nace, no tiene consciencia individual, no tiene Ego. El bebé es como una esponja que absorbe toda la información del ambiente. El bebé tiene un sentido de Ser que incluye a toda la familia, y en especial, ese sentido se filtra a través de la madre y sus experiencias. En la medida que al bebé no se le recibe a su cuerpo, a través de las caricias, el amamantar y el canto, bien porque la madre no puede estar tan presente, física o mentalmente, o porque está preocupada con su propia vida, o bien porque ella tiene un importante grado de disociación, separación mente-cuerpo, debido a sus propias historias (que es el caso de la mayoría de las personas), este bebé no sabrá sostener el impacto emocional de los acontecimientos de su vida sin disociarse. Así, si tiene un susto, si siente una frustración, si se da un golpe, si le duele la tripita, si mamá no está plenamente presente y en contacto físico con él, el bebé “buscará a mamá” en el ambiente. Es decir, regresará a ese instante, replicará ese estado en el que sintió conexión. Viviendo la Mátrix Así, empezamos a desarrollar un hábito de disociarnos del cuerpo y refugiarnos en un espacio mental colectivo cada vez que empezamos a sentir algo en el cuerpo que nos hace sentir inseguros o mal. Y esto es así porque no hemos aprendido a sostener sensaciones en nuestro cuerpo. En lugar de percibir a través de nuestro cuerpo el mundo y las personas que nos rodean, nos disociamos de él para desconectarnos del efecto transformador de sentir. Si me abro a sentir, si mi cuerpo recibe la información de todo lo que me rodea, y dejo que esa información me permee, sentiré cómo me transformo. Esto se vive como una desintegración o disolución del Ego, y como un vacío. Imagina que saltas desde un puente. A pesar del miedo al vacío, te tiras. Y cuando llegas a cierta distancia, la goma que te ata al puente te pega un tirón. Lo sientes en todo tu cuerpo, el miedo, la adrenalina, el éxtasis de volar, el tirón. Eso es tener la experiencia. El Ego (inmaduro) no tolera esto, por lo que en vez de sostener la energía/información percibida en el cuerpo, se disocia, es decir, la mente se separa de lo que el cuerpo siente, creando una interpretación en la que hay un culpable, una víctima y un perpetrador, un bueno y un malo. En el ejemplo anterior, si en vez de participar plenamente de la experiencia, me empujan, mientras vuelo me acuerdo de tres generaciones de familiares de mi amigo que me trajo allí, y sufro cuando la cuerda pega un tirón porque me resisto, entonces me he quedado en el Ego y no he tenido la experiencia. La separación mente-cuerpo es lo que crea la experiencia dual, polarizada. Y esa interpretación que hace la mente repercute sobre el sistema hormonal, generando una emoción. Esta emoción se asocia o coloca “por encima” de la sensación original, y de esta manera se genera la ilusión de que hay un control sobre la propia realidad, formando y consolidando el Ego. Esta ilusión es la película o Mátrix que creemos es la realidad, y se caracteriza por vivencias polarizadas en las que todo se percibe como separado y siempre hay un culpable. Esta película a su vez se graba como patrón en el subconsciente en la forma de Memorias Celulares. En otras palabras, lo que llamamos emociones no son más que productos de la mente que se ha disociado del cuerpo, porque la intensidad transformadora de la Vida supera nuestra capacidad para sostenerla en el cuerpo. Y esta disociación, que es el Ego, crea una polaridad gracias a la culpa. Por ejemplo, conozco a un chico y el encuentro energético provoca una alteración en mi campo energético que se hace notar en mi cuerpo físico como una sensación transformadora, pero como no puedo sostener esa sensación como algo propio, mi mente se disocia de mi cuerpo y crea una interpretación: “estoy enamorada”. Es decir, el causante o culpable de lo que percibo es alguien fuera de mí. Pero desde el momento en el que hay un culpable o causante, en cuanto creamos una interpretación en la que hay un yo y un otro, en cuanto creemos que tenemos que defendernos ante lo que la vida nos trae, estamos identificándonos con el Ego (inmaduro), y no estamos viviendo plenamente la experiencia. Venimos a esta existencia para tener experiencias, integrarlas en el cuerpo y en nuestra consciencia, individual y colectiva. Por ejemplo, cuando eres joven y empiezas a ganar tu primer dinero, lo malgastas, no sabes ahorrar. Tus padres ya te decían que tenías que ahorrar, pero no les hacías caso porque no habías tenido aún la experiencia que te obligara a hacerlo. Sólo cuando vives en tus “propias carnes” lo que implica quedarte sin dinero puedes aprender la importancia de ahorrarlo. Si cuando te quedas sin dinero, tus padres intentan evitarte tu sufrimiento y te prestan algo, entonces no puedes aprender, y además, ellos serán para ti los culpables de tu estado financiero. Cómo distinguir qué es experiencia y qué es Ego Si no tienes la experiencia, si te quedas en la película mental buscando culpables, no aprendes nada. Si te has separado de las sensaciones que provoca la experiencia, y tu mente no para de dar vueltas buscando una interpretación hasta encontrar un culpable, no has aprendido nada. Tampoco estás teniendo la experiencia cuando piensas y dudas, intentado controlar el resultado para que pase lo que tú quieres que suceda, o cuando tienes alguna expectativa, o cuando necesitas justificarte, o cuando estás rumiando con tus “y-sis”, o buscando un por qué… La experiencia la puedes vivir plenamente cuando comprendes que quien crea tu realidad eres tú y nadie más, cuando te haces totalmente responsable de lo que te sucede, cuando aprendes que en tus juicios está la proyección de una parte de ti, cuando comprendes que el otro no es más que el mensajero de un aspecto tuyo que no puedes aún sostener, cuando aceptas que la sombra que te refleja el otro siempre fue tuya, cuando asumes tu poder personal. La rabia nos ayuda a conectar La experiencia duele un poco, porque es muy incómodo sostener la sensación en el cuerpo. Para poder sostenerla necesitamos estar bien conectados a la tierra, con nuestros chakras inferiores activos. Para ello, asumir la rabia es fundamental. La rabia es un indicador de que nos hemos salido de nuestro centro. Podemos entonces aprovecharla para centrarnos y para conectarnos más al cuerpo. La clave está en no reaccionar, por ejemplo, insultando o intentando convencer a otro de tu punto de vista, ya que de esta manera la energía saldría por los chakras superiores y no se dirigiría hacia la tierra. Se trata por el contrario de aprovecharla para definir qué es lo que no quieres, y luego que es lo que quieres, para después, con esa energía, emprender un nuevo camino, actuar en la dirección de lo que deseas. Si no tenemos experiencias, ¿por qué sufrimos? Paradójicamente, resistirse a tener la experiencia provoca más dolor y a la larga sufrimiento. Esto es porque si no somos capaces de asumir la experiencia, la sensación (información / energía) se queda bloqueada en el cuerpo por la emoción creada con la interpretación (pensamiento), grabándose en el subconsciente como una Memoria Celular, como uno de los patrones que conforman la Mátrix. Esa energía bloqueada atrae por resonancia más energía con la misma información, provocando nuevas oportunidades de experiencia, cada vez más densas. Si somos muy sensibles y conscientes, la experiencia la tenemos desde el nivel más sutil y energético, por lo que la vida fluye con más suavidad. Si nos resistimos entonces a tenerla, se va haciendo más densa, y luego pasa al nivel psicológico, donde tenemos problemas y desequilibrios emocionales. Si aún así no aprendemos, empezamos a tener problemas de relaciones, accidentes, pérdidas, enfermedades, cada vez más dramáticos y densos, hasta que dejamos de controlar y resistir los acontecimientos de nuestra vida y nos entregamos, nos rendimos ante la experiencia (aceptando la transformación sin adjudicar un culpable). Cada vez que vivimos e integramos una experiencia, cambiamos de línea temporal, que es lo mismo que decir que cambiamos de programa. El cambio de línea temporal o programa de una experiencia que se tiene a nivel sutiles se vive sin apenas notarlo, por ejemplo, como cuando aprendes a ir en bici, o cuando en un taller de desarrollo personal te cae la ficha, o cuando integras una técnica, o cuando comprendes que Papá Noel no existe y que son tus padres quienes compran los regalos. Cuando tienes una experiencia y cambias de línea temporal tu punto de vista cambia y nunca puede volver hacia atrás, sueltas una identificación de tu Ego y te transformas. Ya no eres la misma persona. Pero hay experiencias ante las que nos resistimos más, como las que tienen que ver con apegos importantes, como los relativos a la identidad: “yo soy así”. Por ejemplo, heredo la empresa familiar, con la que me identifico fuertemente. Toda mi vida y mi sentido de quién soy yo dependen de esa empresa. Pero resulta que mi alma tenía otros planes porque tengo aspiraciones creativas que fueron negadas de pequeño. Mi resistencia a cambiar y darme cuenta de que mi camino es otro, a pesar de las dificultades crecientes con las que me encuentro, es enorme. La Vida quiere que integre la experiencia (ya he trabajado 10 años en la empresa) y que cambie de programa, de línea temporal. Al resistir el cambio, al no hacer caso de las señales que me da la Vida, iré teniendo más y más dificultades, cada vez más densas, más físicas, más duras. Si sigo resistiéndome a integrar esas experiencias, y en vez de ello me vuelvo más controlador, me compro un coche más grande, contrato el mejor de los seguros, y hago todo lo posible por evitar la transformación que se cierne sobre mí y tanto miedo me da, acumulando todo tipo de artículos y dinero para alejar ilusoriamente lo temores, llegará un momento en el que la Vida me lo quite todo de golpe. De repente llega una crisis económica y lo pierdo todo. Esto astrológica y coloquialmente se llama “uranazo”. Urano es el planeta del cambio brusco e inesperado. Es como un rayo que cae y lo rompe todo. Es el símbolo de la revolución y la rebeldía. Cuando los programas (Capricornio, la Mátrix, y el Techo del Ego) se vuelven obsoletos, Urano asegura el cambio. Históricamente, las personas vivían pocas experiencias en su vida, ya que, al resistir el cambio, estiraban la línea temporal, polarizando al máximo, densificando tanto la experiencia hasta que se producía el inevitable uranazo, con las consecuentes pérdidas dolorosas. Cuando se cambia de línea temporal, se toca un punto de vacío creativo. Pero cómo nos resistimos a tener la experiencia hasta que es inevitable, hemos asociado el vacío creativo a pérdida y dolor. Por esto tenemos miedo al cambio. Si aprendemos a vivir plenamente nuestras experiencias, a sentirlas en el cuerpo, a no echar la culpa fuera (o dentro), sino a asumir que toda experiencia es una oportunidad para integrar los talentos que nos hacen únicos, que trae nuestra alma, transitaríamos los cambios con alegría y facilidad. Desaparecerían los Miedos del Ego y el sufrimiento, y estaríamos dedicados a crear con nuestros talentos un mundo mejor. Qué hay que hacer para tener la experiencia Es tan sencillo como primero hacerse consciente de que toda experiencia está para enseñarte algo y alinearte con tu misión de vida. En segundo lugar, pregúntate cómo te hace sentir. Ve más allá de la rabia y la tristeza, y pregúntate rabia de qué, tristeza por qué. Profundiza en la complejidad y las capas de emociones, y observa dónde en el cuerpo sientes la emoción (ha de ser en el tronco, entre el cuello y las piernas). Acepta lo que sientes, ya sea agobio, rabia, tristeza, angustia, miedo, etc. Dale nombre a esa emoción y ubícala en tu cuerpo. No intentes comprenderla ni interpretarla. No busques causas ni culpables. No le des vueltas a lo que pasó. Cuando la sensación disminuye, permítete luego sentir una especie de pérdida o tristeza. Es un pequeño duelo por tu Ego y aquello con lo que se había identificado que acabas de soltar. Si poco después sientes cansancio o sueño, o tienes un resfriado que te obliga a descansar, es que has integrado la experiencia. No resistas el cansancio. Ese es el momento en el que haces un cambio de línea temporal o programa. Nuestra misión como seres humanos es encarnar plenamente nuestra alma en el cuerpo, y a la vez alinearnos con el Ser. Sostener la potencia y fuerza de todo nuestro propósito en el cuerpo no es fácil. Duele. Tiene que doler en la medida en la que aún te queden patrones egoicos inconscientes. Cada vez que sientes dolor, es el Ego que se rompe y abre un poco. Eso es tener la experiencia. Y eso es lo que nos permitirá conectar tan profundamente con la materia que conoceremos íntimamente sus secretos, y en un futuro, nos bastará con desear algo para poder co-crearlo con la intención, con mucha facilidad. Eso es Vivir desde el Ser. Guiomar Ramírez-Montesinos Psicóloga, astróloga y terapeuta psíquico
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