El Patriarcado nos ha separado de las emociones, escindiendo la mente del cuerpo, y lo masculino de lo femenino. En mi anterior artículo sobre este tema hablé de cómo ha llegado el momento de zambullirse en las heridas arquetípicamente femeninas para empezar a darnos a luz a nosotros mismos. En el presente ahondo en las relaciones de dependencia generadas por la dificultad de asumir el vacío de las madres, ante el alejamiento de sus hijos. Este dolor colectivo no procesado es el responsable también de esa actitud sobreprotectora-controladora de tantas y tantas madres “helicóptero”. La sociedad patriarcal no sabe gestionar el dolor y las emociones, y pone a la mujer en un lugar imposible. Si no es una esclava abnegada al servicio de su familia, ha de sentirse culpable por su falta de dedicación, pero igualmente, si se excede en su preocupación, es tachada de mala madre. La Culpa es la emoción de la inconsciencia, y mientras una mujer la sienta con respecto precisamente a lo que le hace ser mujer, permanecerá inconsciente, sumisa y servil.
Sin embargo, detrás de la entrega absoluta a los demás, hay un abandono del propio cuerpo para no sentir aquel dolor colectivo negado, y detrás de la sobreprotección y el control, hay un intento desesperado, e inconsciente en su mayor parte, de evitar que suceda aquello que más se teme: perder un hijo. Este miedo colectivo inconsciente está detrás de cada reacción de apego maternal, y por extensión de apego en todas nuestras relaciones. ¿Por qué una mamá pierde el control y grita a su hijo adolescente que no quiere hacer su cama? Cuando el niño es bebé, hay una relación simbiótica entre él y su mamá, como si fueran un solo individuo. Hasta los 2 años esto es normal, pero luego, poco a poco, el niño debe ir desarrollando su individualidad, y a partir de los 7 lo sano es que se desvincule totalmente de la madre (y se empieza a identificar con el padre). Sin embargo, debido al miedo a la pérdida y al abandono, intensificado por ese dolor colectivo no resuelto (ver Memorias Celulares), muchas mujeres mantienen el apego maternal con sus hijos, como si no hubiesen cortado el cordón umbilical. En otras palabras, mientras son pequeños, los hijos son como una extensión de la madre, y ella tiene la sensación de que puede dirigirlos con su pensamiento, como si tuviera un control remoto, ya que lo normal es que los niños menores de 7 años obedezcan a mamá porque aún dependen mucho de ella. Sin embargo, a partir de esta edad, les toca aprender a reclamar su independencia, y desobedecer órdenes. Esta rebeldía provoca en la madre una sensación de vacío, de falta de conexión con su hijo, alimentada y aumentada por la resonancia con esa nube colectiva de dolor por pérdida. Como la intensidad de la sensación de esta emoción colectiva es muy intensa, y no tiene tanta lógica en la situación real, la mente se disocia de esa sensación y se inventa su propia interpretación, “mi hijo no me obedece (y eso significa que de adulto le irá todo mal y arruinará su vida)”, la cual a su vez genera una emoción, como la rabia, que enmascara el dolor que no se supo sentir. Este enfrentamiento habitualmente termina con la madre gritando a su hijo y sintiéndose culpable por ello. De esta manera, a la tristeza por pérdida sofocada con la rabia se le pone una tapa de culpa para dejarla bien sellada. Donde hay culpa, no hay consciencia. Enganchadas a las emociones La rabia, y la bronca consecuente, genera una turbulencia emocional que llena energéticamente el espacio, y camufla el vacío. Las emociones intensas impiden conectar con el vacío del abandono, y además crean la ilusión de que allí hay un vínculo, porque uno percibe que en el otro hay una respuesta, aunque sólo sea emocional y aunque la conducta no sea la que uno desea. En otras palabras, si yo le echo la bronca a mi hijo y éste no me hace caso, el enfado que me provoca y los gritos que le pego me llenan tanto emocionalmente que no siento mi vacío, y además, la reacción en él ante esa acción mía me hace sentir que de alguna manera estamos vinculados. Y con la culpa, sellamos el pacto o el rol. Luego, esta dinámica se traslada a todas las relaciones. Y así creo que me estoy relacionando al llenarme de las emociones que yo misma genero con mis pensamientos, y además lograr activar en el otro una reacción. Sin embargo, así no hay un vínculo real, no hay una comprensión, una conexión desde el corazón, sino desde la culpa. El otro reacciona porque:
En otras palabras, si yo como madre no reconozco mi vacío por abandono arquetípico, me relacionaré proyectando sobre mi hijo esa emoción no reconocida y reprimida. Lo que es lo mismo que intentar hacerle responsable de cómo me siento. Pero como no lo es (tu vacío interior es tuyo), porque cada uno genera sus emociones desde sus propias interpretaciones, lo que hago es declararle culpable de cómo me siento. Y donde hay culpa no hay amor, sino una reacción defensiva para no sentir la falta de amor proyectada. Luego, los hijos, cuando se hacen mayores, repiten con los demás el mismo tipo de relación que con mamá. De esta manera se generan relaciones basadas en intentar hacer al otro responsable de lo que uno siente, logrando una reacción a las propias acciones, lo que da la ilusión de correspondencia: yo te empujo, tu me empujas de vuelta, y entonces siento que no estoy sola. En las relaciones de pareja esto causa muchos problemas y una gran incomprensión por parte de los hombres, quiénes por regla general no entran conscientemente en ese juego emocional. Aunque evidentemente lo atraen porque así fueron criados por sus propias madres. Y en muchas ocasiones, las mujeres terminan adoptando el rol de madre que soluciona problemas con su pareja, en una repetición descarada del lazo materno-filial vivido. En resumen, ante la perspectiva de perder la relación de apego, simbiótica, en vez de sentir el dolor de la pérdida, que está magnificado por el enorme tamaño de esa nube de consciencia colectiva, se genera un vínculo emocional tan intenso y manipulador como hondo es ese miedo al abandono que no se sabe sentir. En astrología, Cáncer es la energía que se relaciona con las emociones, con la madre, la gestación del Ego, la repetición y el apego. Y también es la energía más inclusiva, que nos hace más humanos, aunque aún no estemos en ese nivel de consciencia. La expresión más básica de Cáncer es crear emociones desde la mente (Géminis en la memoria) y separar o rechazar a los que son diferentes. Así, hemos creado las emociones para no sentir y tapar la más básica y central de todas, a saber, el miedo a la pérdida, al abandono y a la soledad. Todas las emociones son fruto de la mente, de una interpretación que hacemos de lo que sentimos y vemos. Cuando logremos sentir plenamente (Escorpio) y liberar este miedo a la soledad (Acuario), representado por la desconexión y la pérdida del vínculo madre-hijo (Cáncer), conectaremos plenamente con nuestro Ser (Quirón/Lilith) y nos daremos a luz a nosotros mismos (Capricornio), integrando nuestras polaridades masculino-femenino escindidas (Libra), seremos uno con nosotros mismos (Piscis), y encarnaremos plenamente como un alma (Aries), una consciencia (Géminis) y un cuerpo (Tauro), irradiando nuestro Ser (Leo) y sus talentos (Virgo), expresando la Verdad que nos hace únicos (Sagitario). Guiomar Ramírez-Montesinos psicoastrocoaching
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